martes, 15 de mayo de 2012

Hoy fui testigo de un asesinato (y son testigos los martes).


9:45am
Parque del Río, Pueblo Libre.
Otra constructora se hace rica gracias al "baby boom" peruano.
Un hombre paseaba a sus dos perros.
Una mujer enjuta iba por el pan.
Cruzaba yo el parque camino al paradero.
La máquina  derrumba una pared de la casa pequeña y bonita, donde quedaban solo los arpegios de dos viejos apolillándose en un cajón demasiado grande para sus huesos.

Junto a la pared observaba paciente un árbol.
La máquina, una de esas innombrables,  enormes y amarillas, de carácter monstruoso
golpea al árbol con salvajismo hasta triturarlo...
Recuerdo a Vallejo: 

"[..] ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro."


Escucho cómo crujen los huesos
el grito en forma de vaho,
la corteza  brotando resina.
El árbol, solemne, mira a la máquina y se vuelve a parar con el dolor entumecido,
queriendo sacar una paloma blanca de su bolsillo.
Intenta, resiste, pero sus raíces son extraídas y es vaciado junto al desmonte,
como un ladrillo vencido más.
No ha quedado nada, ni hoja, ni rama, ni nido.

No hice nada.

Me quedé viendo, de luto e incrédula, cómo el árbol era muerto, ante la indiferencia de la cotidianidad, como si fuera el pan recién comprado o los perros que mean en las veredas.

El halo blanco de sus hojas se mezclaba con la tierra de la excavación.
Se empezó a construir una especie de ritual místico y trágico en todo el jardín: las margaritas prendían velas, y los otros árboles tomaban anisado desconsolados, un par de gladiolos fumaban, resignados a la escena.

Pensaba si los hijos y  los nietos de los abuelos jugarían alrededor de aquel árbol como lo hacía yo cuando era niña, y cuando tenía casa.

Nunca antes había visto morir a un árbol, pero juro que fue tan dramático como un pelotón de fusilamiento (y no dramatizo).
Había presenciado un acto hitleriano, una masacre que no sería llevada a ningún tribunal de justicia ni tomada en cuenta en ninguna mesa de desayuno.
Un asesinato, sí, como el de un niño de leche, como un viejo adorable, o como un recuerdo.

Confirmé mis sospechas: "Los arboles tenían alma. Algunos seres humanos, la habían perdido"



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